martes, 25 de agosto de 2015

La vuelta a la Vuelta



Después del bochorno vivido el viernes –por las fotos y decisión- y el sábado –por los equipos de cháchara por el recorrido- gracias a la pseudoCRE que la organización perpetró, por fin, llegó el domingo y se pudo iniciar con todas las de la ley la Vuelta a España; o lo que gracias a la organización queda de ella.

Y se hizo con una etapa que seguro hizo las delicias de Guillén y sus amigos: nada por aquí, nada por allá y murito final con cuestas de dos digitos porcentuales. La etapa no tenía mayor historia: fuga irrelevante que se sabía condenada desde el principio, control en el pelotón por parte de los equipos con uphill-finishers y poca cosa más. Pero de repente se produjo un enganchón importante en la mitad trasera del pelotón que cambió para siempre el cuadro en la línea de meta, y es que uno de los caídos era el campeón italiano Vincenzo Nibali.

Junto a él cayeron otros muchos corredores, como Bouhanni, Niemiec o Tiralongo que corrieron peor suerte que el siciliano. Pero parece que, si no es alguno de los capos quien toca el suelo, la caída pierde relevancia y se habla poco –o directamente se obvia- de ello.
Con esto, y volviendo al tema de Nibali, tuvo a su disposición a tres corredores para intentar regresar al grupo principal; pero por delante con la carrera lanzada y buscando la entrada a la última subida se tornaba en misión imposible el regresar al grupo. Misión imposible si en el ciclismo se siguiesen las normas a rajatabla –jejeje-, máxime cuando estamos cansados de ver ciclistas con supuestos problemas en la rueda delantera agarrados al coche mientras el mecánico toca la trasera, vergonzosos remolques vía entrega de bidón desde los coches de equipo o trascoches durante varios kilómetros.

Cuando en una nueva toma, de repente enfocaron nuevamente en el pelotón a Nibali, el público que siga el ciclismo de forma regular se debatía entre dos escenarios: estábamos ante un portento de la naturaleza o ahí había algo raro. Conociendo los antecedentes del italiano -que ya fue protagonista de un trascoche abrumador durante el Mundial de Florencia en 2013 que cambió el transcurso de la carrera, pese a las negaciones posteriores del interesado- la respuesta nos parecía bastante clara. Sin embargo, nadie protestó, nadie dijo nada. Como con muchos temas en el deporte.

Horas después de finalizada la etapa –no sé para qué sirven los jueces de carrera-, se comenzó a conocer en las redes sociales el ya famoso video desde el helicóptero en el que como por arte de magia, un coche de Astana hacía desaparecer a Nibali. El truco en este caso no estaba en ninguna chistera esta vez, sino en la mano del italiano agarrándose en el coche y acelerando a una velocidad endiablada; lo que le permitía llegar a cola del pelotón como si tal cosa.


Vuelvo a insistir: los jueces de carrera sirven y están para algo. Seamos claros, esta expulsión únicamente se debe a que en esta ocasión se ha pillado in fraganti al culpable; pero estamos convencidos de que jugadas como ésta se repiten día tras día y etapa tras etapa. Con la diferencia de que no se graban. Y por tanto no se sancionan. Y los jueces cobrando su buen sueldo y poniendo multas en francos suizos. Y la rueda sigue girando.

La reunión de la organización se produjo a última hora de la tarde, y se desveló que el propio equipo Astana pedía clemencia a través de su director, aceptando los 10’ en lugar de la expulsión. Pero no hubo piedad –y no debía haberla-, y terminó con Nibali en casa, poniendo la guinda a una temporada vergonzosa del bravo corredor italiano.

Ya metidos en harina, se llegó con el grupo de los favoritos compactos al Caminito del Rey, donde arrancó el reciente fichaje de AG2R, el buen francés Gautier; pero que no pudo hacer nada cuando se incrementó el ritmo y un dispar cuarteto formado por Dumoulin –un verdadero fuoriclasse-, Chaves, Roche y si, Nairo Quintana en una versión ofensiva inusitada en él. Fueron haciendo camino ante la pasividad del grupo, que temía a Valverde o no sabemos bien a qué y sólo el movimiento de Dan Martin le puso algo de picante.

Y hasta ahí. Hasta ahí recibimos imágenes del grupo. Cosa que fue criticada –y con razón- en el pasado Tour por Carlos de Andrés, pero que ayer obvió por no sabemos bien qué motivos –igual que la realización era suya-, y las cámaras se cerraron en el grupito delantero. Allí, se descolgó Nairo, al que terminó cogiendo Purito; después hizo lo propio Nicolas Roche para terminar en un mano a mano entre Dumoulin y Chaves, en una imagen más propia de un padre jugando con su hijo a tenor de las diferencias de tamaño corporal entre uno y otro ciclista. 


Pero no siempre gana el más grande, y atufado por el ácido láctico no pudo hacer valer su mejor –en teoría- final y terminó cediendo ante el buen colombiano, que se hizo con el premio gordo y las aproximaciones: maillot de todos los colores y etapa. Buen botín.

Por detrás, los favoritos en un pañuelo de segundos. Lo que le gusta a Guillén.

Sin mucho más allá de la historieta de Nibali –aderezada con un lamentable comunicado vía Facebook en el que acaba hablando de su mujer, su hija y mil historietas más-, se llegó al lunes en una etapa que parecía abocada al sprint. Así fue, y se logró demostrar ante aquellos que sólo ven ciclismo en julio y septiembre que Sagan es un pedazo de corredor. A mi juicio, uno de los tres mejores que habitan el pelotón.


Y es que el eslovaco, hizo valer su fuerza ante un Bouhanni que tiene predilección por tocar el suelo y volvió a caerse a la salida de una rotonda y un Degenkolb que viene corto y a preparar de la mejor forma posible el Mundial de Richmond. No sólo esto, sino que Sagan sorprendió subiendo bidones a los compañeros que le preparaban la llegada a falta de 30 kilómetros. Un auténtico fuera de serie.

Nuevamente la Vuelta volvió a dar síntomas de carrera del tres al cuarto, entrando en los últimos kilómetros por la autopista, obligando a cortar la circulación durante un buen rato –un saludo a los transportistas!- en un lugar que está plagado de carreteras más secundarias que mostrarían más de la ciudad –reclamo- y más de los ciclistas al facilitar movimientos.

Hoy, un nuevo murito al final de una etapa llana. Llevamos años explotando el cuestacabrismo en la Vuelta, y lo peor es que se está exportando al Tour. Es como una macabra tradición de finales de Agosto: mucho calor, ciclistas en pelotón llegando a finales en cuesta a través de autovías y la vuelta al cole.

Es el día de la marmota durante tres semanas...dos y media en esta ocasión, porque hay una serie de etapas que son totalmente impropias de Guillén, en el mejor sentido de la palabra: son etapas espectaculares.

Veremos que ocurre. Porque igual las neutralizan.

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